Más de la mitad de los novillos en Argentina se engordan en cebaderos frente al método tradicional de pastoreo
Los cebaderos se han desarrollado en todo el territorio, si bien es en la provincia de Buenos Aires donde se concentra la mayor parte de los mismos y la mayor diversidad de tamaños, que van de las 500 a las 20.000 cabezas de capacidad instantánea. Este desarrollo se ha intensificado en los últimos años con la generalización de la siembra directa, que generó la posibilidad de destinar a la agricultura los campos tradicionalmente dedicados a pastos. Esto motivó que se contrataran campos ganaderos para convertirlos en agrícolas y en los últimos siete años se han traspasado a la agricultura diez millones de hectáreas, que antes se dedicaban al uso ganadero extensivo.
Las mejores tierras de pastos arrojaban resultados del orden de 300 kilogramos de carne por hectárea y año y con el novillo a menos de un dólar por kilo vivo, el engorde pastoril permitía una facturación bruta de 250 dólares por hectárea. Esta cifra era el valor que los arrendatarios estaban dispuestos a pagar para destinarlo a la agricultura, por lo que la ganadería difícilmente podía competir. Esto hizo que se desarrollara el engorde en cebaderos, lo que permitía compatibilizar la continuidad del proceso ganadero con un mayor valor obtenido por la nueva agricultura. Hizo que muchos productores se convirtieran en agricultores modernos al tiempo que ponían en marcha sus propios cebaderos, creciendo los establecimientos independientes sólo dedicados a la producción de carne.
En esa dinámica de establecimientos independientes, los dedicados a frigoríficos se interesaron por este tipo de ganado que les permitía programar el proceso de sacrificio y transformación industrial, imposible de prever en los sistemas tradicionales. En este cambio de producción de carne, hay un debate abierto que es el medioambiental, ya que el engorde en cebaderos tiene efectos ambientales contrapuestos.
En el lado positivo se cuenta la sensible reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, ya que el engorde rápido significa menos gasto energético en mantenimiento y una mayor proporción del alimento que se convierte en carne. Por otra parte, se reducen las emisiones de metano característica de los rumiantes y que es 20 veces más contaminante que el dióxido de carbono, al que los científicos atribuyen una parte de la responsabilidad en el problema del calentamiento global. Según la FAO, el 18% de las emisiones contaminantes las producen los rumiantes y ese porcentaje se eleva al 35% en el caso de Argentina. El lado negativo es la contaminación de las deyecciones de los animales estabulados. Este problema se ha agudizado en las zonas de producción y se necesitarán nuevas instalaciones que controlen los efluentes, evitando la contaminación de ríos, arroyos y lagos.
Compartir esta noticia en: LinkedIn Twitter Facebook |