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Desarrollan resinas con desechos de tomate para recubrir envases alimentarios

Un equipo internacional de expertos, dirigidos por investigadores del Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea ‘La Mayora’ (IHSM-CSIC-UMA), en Málaga, y el Instituto de Ciencias Materiales de Sevilla (ICMS-CSIC-US), ubicado en el Parque Científico Tecnológico Cartuja de Sevilla, ha desarrollado resinas de orujo de tomate para recubrir la parte interior de envases metálicos de alimentos, latas de conservas y bebidas, entre otros.

Para ello, han reutilizado los subproductos que se producen después de procesar el tomate para hacer gazpachos, salsas o zumos y que está formado por semillas, pieles y pequeños restos de ramas. Hoy día, el orujo de tomate se elimina como residuo sólido, se quema, o, en una pequeña proporción, se destina para alimentación animal por su bajo valor nutricional.

Entre sus principales características, esta resina biológica e inocua para el medio ambiente procedente de los residuos del tomate repele el agua, se adhiere firmemente al metal de la lata que recubre y presenta propiedades anticorrosivas frente a la sal y cualquier líquido.

Tras realizar pruebas con comida simulada, el próximo paso es probar su eficacia en latas y envases que contengan alimentos reales y evaluar su aplicación industrial.

Con este estudio, titulado ‘Bio-based lacquers from industrially processed tomato pomace for sustainable metal food packaging’, publicado en la revista Journal of Cleaner Production y el que también participan investigadores de la Universidad de Málaga, la Universidad de Sevilla, el Instituto Italiano de Tecnología y la Universidad Politécnica de Las Marcas, los expertos proponen una alternativa biodegradable para recubrir los envases alimenticios basada en la bioeconomía circular de un producto como el tomate.

El objetivo es reutilizar un desecho, el orujo de ese fruto, como materia prima para otros bienes, en este caso las latas de conservas y otros envases que contengan comida.

“Partiendo de un residuo, obtenemos una materia prima ecológica y sostenible, con un impacto ambiental muy bajo, ya que reducimos la generación de basura y al mismo tiempo minimizamos la extracción de recursos fósiles para la fabricación de estos mismos recipientes”, explica a la Fundación Descubre el investigador del Instituto Hortofrutícultura Subtropical y Mediterránea ‘La Mayora’, Alejandro Heredia. 

Actualmente, el acero y el aluminio son los principales materiales empleados para fabricar latas y envases metálicos. En contacto con los alimentos, éstos pueden corroer el metal, contaminando así la comida conservada. Para evitarlo, el interior de estos recipientes se cubre con una capa muy fina que protege al metal de esa corrosión.

Esta resina adhesiva se denomina epoxi, un plástico derivado del petróleo que contiene bisfenol A, más conocido como BPA. Es un compuesto químico industrial que protege a los alimentos, pero al mismo tiempo desprende partículas que interfieren en la salud humana.

“El BPA es similar a los estrógenos, es decir, pasa a la comida como un disruptor endocrino, como hormonas, y se asocia a la aparición de enfermedades como el cáncer, la diabetes y problemas de crecimiento en bebés y adolescentes”, apunta Heredia. Por ello, el uso de BPA en España para la fabricación de envases de alimentación como latas y bebidas está prohibido por la Ley de Residuos y Suelos Contaminados para una Economía Circular de 2022.

Para obtener esta resina, los expertos dejaron secar las muestras de orujo de tomate y las sometieron a un proceso de hidrólisis, es decir, eliminaron cualquier resto de agua y se quedaron con los lípidos, en este caso grasa vegetal. Una vez extraída la parte grasa, la mezclaron con una proporción mínima de etanol, compuesto orgánico conocido como alcohol etílico.

“Dispersamos la muestra en un 80% de agua y un 20% de etanol aproximadamente. Esa dispersión de grasa en agua la aplicamos directamente con un spray sobre la superficie de metal que se va a proteger. De este modo, se impregna en el metal, se queda pegado al conformado de la lata, resistiendo a los cortes posteriores del envase”, detalla el responsable del estudio.
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